Quizás te suceda como a mí.
De repente
en la vespertina umbría de los graneros
emerge alguien embadurnado de dolor,
pidiendo el último grano
que guardabas para cuando las tupidas costuras
de las aflicciones,
obstruyesen las primaveras.
El último grano de tormento con medidas exactas,
dosificadas en balanzas, tasadas
en las premeditaciones de quien anda
con el corazón abierto.
Alguien ha gastado su saldo de dolor
y te pide ese último grano de centeno,
a cambio
de una ventana con vistas al universo
que despelleje tu ego de pez globo.
Anotas el cambalache en la libreta
donde se anota lo superfluo
con la evidencia de la certeza.
Quizás alguien acumule en sus bitácoras
más dolor que tú.
Quizás...
los ojos del ciego
los torpes excesos de los tullidos,
los gritos de los paralíticos
el hambre que se hace más hambre en los niños;
el alba impertinente y volátil de los drogadictos,
las ceñudas expresiones de los desahuciados
sean como las vidas de los gatos
y
sobrevivan a la hecatombe desdentada, siete veces.
Guardas el cuaderno junto a los cuchillos
que cortan el sufrimiento en finas lonchas
y olvidas...
Olvidas para volver a rebozar en la harina de tu mierda
el último grano de centeno.