¡Ven, dulce muerte, ven!
¡Tómame a tu cuidado!
Ahora que la luna
baña de plata las aguas.
Dame tu cenicienta mano,
quiero ser infinita ausencia
envejeciendo a tu lado.
¿Acaso no me escuchas?
¡A tu diestra estoy postrado!
¡Ven, dulce muerte, ven!
¡Por tu nombre te llamo!
Llévate mi alma
de viejo soldado,
pues ya no hay más patria
que la tierra
que he de excavar con mis manos;
una tierra anónima,
libre de pecado.
¡Ven, dulce muerte, ven!
Ahora que la noche
ha bajado su guardia,
cuando ya las horas
empiezan a hacérseme extrañas.
Ya no soy presencia,
espectro desmedrado
tan solo un exiliado
del tiempo pasado
que bajo mi palio,
su nombre ninguno,
espera y espera
sin dejar de contar los años
que lleva aguardándote.
¡Ven, dulce muerte, ven!
Pon ahora, tu beso,
que si fuera dulce
no sería más amargo,
en mi frente marchita
y dame tu mano.
Profana mi estampa,
lo que me queda de humano,
no me asusta tu noche,
aunque de sangre
venga ya tintada.
¡Ven, dulce muerte, ven!
¡Recíbeme sino como a un hijo
tal vez como a un hermano!
No me quedan lágrimas
con que llenar tu copa,
ofrenda hice de ellas al Eterno
para no buscar su condena,
pero, ¿no es mayor condena vivir
si a ello he renunciado?
¡Ven, dulce muerte, ven!
¡Escúchame!
¡Es mi voluntad!
Ya se enfría mi aliento,
mi vida languidece en el ocaso
de otras vidas pasadas,
tan solo ya se apoya
en el maltrecho bastón de la memoria
haciendo acopio de recuerdos
que hieren como espinas,
y que son como losas
en el trasiego de mis días.
¡Acuérdate de mí,
de este hombre sin nombre!
¡Ven, dulce muerte, ven!
¡Y bájame a la tierra!
¡Desciéndeme contigo!
¡Mortal nací,
y no hay sueños eternos!
Ya todo son fatigas,
que, en mi debilidad,
a mi cuerpo toman por amarra.
¡Déjame que te llame hermosa,
venusta compañera,
si ya mis venas se afilan
para tu guadaña!
¡Ven, dulce muerte, ven!
Así es la naturaleza de las cosas...
¡No busques un motivo!
La vida me arrincona,
se me cruza de brazos,
no demores ya más tu tiempo
cuando ya el mío se acaba.