El hambre te ha comido y el frio te quiebra,
los días te arden en tu sinhogar
las fuerzas te abandonaron como los que te acogieron
piel y hueso con el miedo en la piel
Comienzas a comerte de a poco por no comer nada
y el reloj negro de la arena
que llevás en el cuello, sin collar,
marcan ya las doce.
Cayó pues ante el sol y ante el viento
y no ante el suelo y la sombra
porque eso lo volvería ocioso
y el ocio sólo fuere para los gatos