Bajo un cielo azulado, entre peñascos,
con perfume a molle y a eucalipto,
cual oasis florece el verde valle
acariciado por el viento andino.
Pueblito que quedaste allá en los andes,
oculto en la oquedad de aquel remanso
me unjo de ti para escribir estos versos,
imbuido el corazón de sentimiento.
Eres el Edén de místicos encantos,
mágico valle que embruja al peregrino,
tus acequias y tus verdes praderas
retratan tu beldad y tu grandeza.
Pueblito esculpido en mis recuerdos
cuyo aroma respiro cada día
en tus pozas tranquilas me he bañado
y a la sombra de un sauce he dormido.
Si pudiera retroceder el tiempo,
si pudiera volver a ser un niño,
volvería a montar en mi caballito de palo
y entre pencas y tunales correría.
Es tu río espejo serpenteante
cuyas aguas se deslizan tranquilas
y por las noches los inquietos duendes
van danzando al ritmo de tambores .
Cuando voy por el mundo solo y triste
arrastrando las penas de la vida
vuelvo a ti imaginariamente
y se troca el dolor en regocijo.
En la fresca mañana del mes de mayo
el maguey arrogante abre sus flores
y antes que llegue el sol, los picaflores
besan de una en una con sutil destreza.
Tus riscos, tus caminos son testigos
de mi ir y venir bajo tu cielo
y como aprendiz de poeta te dedico
estas letras que son mi humilde ofrenda.
Si yo fuera pintor te pintaría
en ese lienzo azul del universo
la figura de tus soleados días,
tal vez la luz de tu luna de otoño
o la imagen que perenniza mi alma
de un manto arrebolado tras la lluvia,
que se apaga en el horizonte inmenso
donde muere mi verbo y mis angustias.
José Eugenio Sánchez Bacilio