Entre en aquel museo para dejar la calle, llovía no tenia donde cobijarme, fui de sala en sala, viendo lo que allí había, esto era arte según decían aquellos que entendían.
Yo no veía nada más que lienzos embadurnados con muchos colores, cosas sin sentido que yo no entendía ¿y esto es arte? Me preguntaba, pues vaya tontería si esto hasta un niño lo haría.
Seguí por las salas, contemplando lo que exponían, cuadros, bustos, murales y esculturas, unas pasables otras ni mirar podía, pero como en la calle llovía seguí mirando lo que había.
Entro en otra sala cansado de tonterías mire a una pared y no me lo creía, no podía ser, que entre tanta porquería hubiera arte, el arte que yo entendía.
Allí estaba el, colgado en la pared, mirándome, a través del cristal en su marco de madera de nogal esperando tranquilo a que yo llegara y lo pudiera contemplar.
Fue como asomarme a un mundo nuevo a través de aquella ventana y ver lo que me ofrecía, algo que pensé que ya no existiría, ¿Qué era aquello que mis ojos contemplaban?
Una pulpería de las de antaño, de las que ya no existían con sus mesas de madera de pino paredes de colores apagados y aquellas fotografías que se hacían los clientes que en aquellas mesas comieron.
Me lo contó mi abuelo que en Buenos Aires vivió, y de vez en cuando fue y comió. ¡Ah! Que buenos recuerdos me traía aquella ventana que ahora veía, me parece estar allí viendo a mi abuelo comer y reír feliz.
Este cuadro conmigo se venía después de lo vivido me lo tenía que llevar, y de mi vida pasar a parte formar.