evans

Una seda rasgada

 

 

 

El hombre sacia esa sed

Imperdonable, haciéndose

Suya toda seda que cruce

Delante de sus tibios ojos.

 

Amarra a su cuello culpa

Y mancha sus manos de

Un dolor ajeno.

Hastía su conciencia de

Tal modo que la deja morir,

Lentamente, con cada acto. 

 

Su alma no tiene remiendo.

Su mente maquina y maquina

Sin límites, sin temor, sin pudor.

 

La almohada agobiada ya no

Quiere soportar más el tormento

De sus sueños, de sus actos,

De su descanso pacífico delirante.

 

El perdón hace tiempo le ha dado

La espalda, pero la inconciencia lo

Ha segado y encerrado en las más

Tristes de las cárceles.

 

El desprecio que ha acumulado en

Su dorso ningún varón la puede

Cargar.

Y el arrepentimiento lo ha olvidado

El día en que nació.

 

¡Tú ladrón de V!

 

Has rasgado la seda y has hurtado

El carril.

 

Tu inoportuna vanidad  ha sembrado

Semillas santas en tierras fértiles,

Ajenas y tempranas.

 

Lava pronto tus vestiduras, antes

De que se profanen de un rojo carmesí.

                                       © Maximiliano Cabrera