A Brenda Oviedo
La mañana
engendraba un noctámbulo.
Sólo tuve un designio en la sepultura.
Oculté en la espada todas
las lanzas encordadas en la raíz,
el cemento matinal.
Las paredes madrugaron en la niña encinta.
Ella estaba sentada en el mar,
dando a luz. Yo me acercaba con un tridente.
Sólo irradiaba espejos amarillos
la paz de su adolescencia. Tendió nuestra cuna
desde su mano.
La piedra fluctuaba. La historia era secreta,
épocas
en que navegábamos por los relojes.
La llave temporal es ella.
La nada
desaparece. Desnudándola,
sólo veo clavos. ¿Estaré vivo aún?
Las nubes me crucifican.
El árbol crece
como una lápida.
El río del mundo
se cierra en el tejido.
Llevamos esta impronta en lo sombrío.
¿La paradoja?
Nunca la conocí: El sol…
es un ser silencioso.