Mi sangre se derrama,
cae sobre la nieve y dibuja diminutas rosas rojas sobre ella.
Las lágrimas resbalan sobre mi mejilla,
hacen un recorrido interminable hasta llegar al jardín de esas rosas rojas.
Caigo al suelo de rodillas, toco y cuento, cada una de las gotas, pero son infinitas.
No reconozco mi brazo, no sé donde comienza, donde termina. Está todo teñido de infierno, de soledad, de tristeza.
Voces parecen buscarme, corren hacia mi desesperados.
Me encuentran.
Ahora todo está teñido de blanco, las paredes, mi cama.
La aguja que cuelga sobre mi brazo parece sonreírme, de maldad.
Parece decirme que el infierno continuara, una vez más.