Percibí como tu mirada me desnudaba lentamente, acariciando cada parte de mí.
Tus labios deseosos, se saciaron en los míos.
Tus manos hambrientas, se saturaron de mi intimidad.
Me embriagó el dulce vino de tu aliento.
Tu saliva bautizo mis papilas, dejando tu sabor eternamente en mí.
Te quise detener, pero no pude, en verdad, no quise.
Me sentía amado, deseado, atrapado en tu fuerte eros.
Un volcán de excitación estalló en mi interior.
La lava ardiente de la pasión, quemó cada centímetro de mi piel,
mas no sentí dolor alguno, solo placer, goce, delicia sin par.
Nos unimos eternamente, ya no éramos dos, sino uno solo.
Dos corazones, que en su latir, creaban una sutil y romántica melodía.
Mezcláronse nuestras esencias, empapando nuestras sábanas blancas.
Mi lengua recorrió cada centímetro de tu ardiente soma, mientras la
tuya la imitaba, arrancándome gemidos de placer.
Me cabalgaste cual salvaje amazona, controlándome con tu experta brida.
Quise que ese momento fuera eterno. Preferíamos morir antes que cesar.
Yo en ti, tú en mí, hasta tocar el cielo, en un clímax perfecto.
Como dos gladiadores después de la batalla,
exhaustos, agotados, cansados…. descansamos.
Me adormecí entre tus pechos generosos.
La noche, con su manto de estrellas nos cubrió.
La luna en plenilunio nos apadrinó.
Marte, en su inocencia, se sonrojó.
El Padre Eterno, con su bendición, para siempre, nos protegió.