Lo he visto renacer de entre las rosas
con los bellos colores de la aurora,
en la mano una luna encantadora
y en el bolsillo estrellas luminosas.
Traía las cascadas rumorosas,
el bosque con su atmósfera canora,
los senderos, la araña tejedora
y hasta un hato con mis pequeñas cosas.
Es que no ha de morir mi fiel soneto
y seguirá, como un gorrión inquieto,
con su trino sonoro y estridente.
Clamará este cantar de amor y vida
aún después que ocurra mi partida
en las letras del verso persistente.
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