Quiero hablarte con palabras
simples, claras y precisas,
ésas, que en tu vida diaria utilizas;
no quiero que pares de leer,
para buscar en otro libro,
el significado de la palabra que te digo.
Prefiero ser un mendigo del lenguaje,
no un rey, tan sólo un paje,
no un Cervantes, sólo un lego;
porque sé que puedo, así,
llegar dentro del pueblo...
¡y eso quiero!...
no sé hablar guaraní, nací en otro país,
no soy tu hijo; ¡Oh, Paraguay
y me dirijo a ti!
Quiero hablarte con palabras que comprendas,
esas que usan en las calles los mercantes;
para que no se corte ni por un instante,
la melodía que mi verso utiliza.
Quiero decir una palabra limpia y poca,
que no deba forzarse y que, casi sin pensarse,
te entregue la idea o el sentimiento
que, momento a momento,
en un fluir de simple río, pasa por mi boca.
Quiero decir esa palabra loca
que, aunque audaz, por simple, al alma toca;
y provoca sentimientos que desbocan
emociones que a la vida justifican.
Palabras simples que explican,
sin muchas vueltas, las cosas
y, en breves líneas esbozan
las más complicadas y hermosas fantasías;
llamando al pan: vida, al vino: alegría
y de amor, a las rosas...
Esas palabras que tu esposa recita
mecánicamente en la cocina de tu casa,
mientras prepara tu comida favorita...
Ésas que tu esposo acompaña con caricias
y, en la cama, a tus oídos,
susurrándolas, desliza...
¡Sí, Paraguay, te estoy amando
y quiero hablarte! y también cantarte
con los versos que me brotan desde el alma;
y quiero hacerlo:
¡con la lengua que en la calle estás hablando!
Así que, los doctos y eruditos:
¡tendrán que perdonarme!