Oscar Perez

Una vida enamorada

Una vida enamorada

 

Muere el que pierde su amor,

o más bien vive sin vida,

muere el que no halla salida

y el que se rinde al dolor.

Muere el que piensa en la flor

por su espina, no por bella,

y ni en el charco la estrella

descubre por ir llorando,

muere en vez de ir navegando

quien se ahoga con su querella.

 

En cambio el que entrega el alma

llega agotado a la orilla,

llora, extraña, hasta se humilla,

pero no pierde su calma.

Y es que la vida es su palma,

la verdad, la fortaleza,

la fe de que nunca cesa

la esperanza para el hombre

y el gusto de dar su nombre

en aras de la belleza.

 

Alguno dirá si callo

no me arriesgo a los dolores,

pero tampoco hay amores

para el servil y el lacayo.

Alguno no es trueno o rayo,

pero sus cielos ofrece

y así se siente que crece

al ofrendar sus estrellas,

alguno se fue en sus huellas,

pero en surco permanece.

 

Y es cierto, todo termina:

la fiesta, el día, la hoguera,

la pasión de quien te quiera,

la ruta de quien camina.

Y es cierto, poco germina

a veces de tanta tierra,

es más el odio que encierra,

es más la espina y la zarza,

pero el resto es todo farsa

si el amor no da su guerra.

 

Por eso a amar y a vivir

y a perder en ello el sueño,

la voluntad y el empeño,

la vergüenza y el sufrir.

Nada es fácil y hay que abrir

los brazos sin miedo a nada,

que una vida bien jugada

es lo que el hombre merece,

más quien se arriesga y se ofrece

a una vida enamorada.

 

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