Dentro de cada uno de nosotros hay algo único, original, verdadero.
Una cosa con la que nacemos, que es solo nuestra, que no puede ser enseñada y no se aprende.
Una cosa que viene recordada siempre, que nos diferencia de los demás.
Con el tiempo, las experiencias, la existencia, pude robarnos esa nuestra originalidad, que puede terminar sepultada, debajo de nuestros reproches: “me hubiera gustado…”, “si hubiere hecho…”, “hubiera querido…”, “hubiera podido…”,
Existe el peligro real, de llegar a olvidar, eso único y verdadero que hay dentro de nosotros.
La vida es la gran ocasión de recuperar. En un sin fin de ocasiones, encontramos eso original, verso el llamado “atardecer de la vida”.
En la época de estudiante, leí las obras de Carl Gustav Jung. Tantas frases suyas las tengo graba de en mi memoria, pero una en particular me quedó impresa, de su obra “estructuras y dinámicas de la psique” (The structure and dynamics or the psyche):
“Totalmente desprevenidos entramos en el atardecer de la vida. Lo peor de todo es que nos adentramos en él, con la falsa presunción de que nuestras verdades e ideales nos servirán a partir de entonces, pero no podemos vivir el atardecer de la vida con el mismo programa que la mañana. Pues lo que en la mañana era mucho, en el atardecer será poco y lo que en la mañana era verdadero en la tarde podrá será falso”.
Me llama a reflexionar sobre lo esencial. A lo dinámico del existir. Dinámico que llama a vida, a la expansión, a cambio, a opción, a verdad...
No existen recetas, ni fórmulas preestablecidas. Cada uno es completamente diferente. Un gran misterio.
Quizás porque estoy en la mitad de la vida me toca en forma particular. Lo quiero compartir con ustedes amig@s del alma.