Sobre tu piedra de toque
pasaste mi corazón.
Me probaste como al oro,
que en el crisol, los joyeros,
siete veces , con rigor,
funden para quitarle la escoria.
Tú eres el alfarero,
yo soy el barro, Señor;
si fundirme te da gloria,
manda más fuego, que yo
me quemaré como incienso,
para tu gloria y loor.
Témplame como el acero
de la terrible espada
de un noble samurái,
¡puesta al rojo y golpeada,
quinientas veces pasada,
por el yunque del herrero!
No se oirá de mí ni un ¡Ay!,
Tú me darás el consuelo,
pues en todo el tratamiento
serás mi Consolador;
no preguntaré por qué
cuando me queme el dolor;
pues lo que viene de ti,
sólo es para mejor.
Así podrás enseñarme:
si me coloco en tus manos,
si confío en tu labor;
dejando de resistir
a tu Espíritu de amor...
que muy simplemente quiere
constituirse en mi interior.
Me someteré a ti,
sometiéndome al hermano
que colocas a mi lado,
cumpliendo en él, contigo;
sirviéndolo, complacido,
y no por obligación.
Compartiendo mi abrigo,
mi pan, mi cama, mi techo,
aún con el desconocido;
con alegría prodigando
la gracia que he recibido,
¡agradecido y satisfecho
de ser llamado tu hijo!
Y en la cruz, donde me fijo
para tomar tu ejemplo,
clavaré mi hombre viejo,
mi orgullo y conocimientos,
mi condición adquirida
y, como vivo entre muertos,
¡recibir, de ti, la vida!
Vida no es religión,
Jesús no es teología,
¡Tú eres Dios y no porfía
entre hombres eruditos!
que imponen sus pensamientos
a base de discusión...
(y, a veces ¡hasta gritos!).
Tú eres camino al cielo
y habrá que caminar,
no tanto leer La Biblia
o pretenderla estudiar
¡hay que entender y hacerlo
a tu real mandamiento:
“Cree en Dios, tu Salvador
y nunca dejes de amar
a tu prójimo, tu igual,
¡del que no eres mayor!
y, por sobre todas las cosas
a quien fue quien más te amó:
a Jesús, tu Redentor,
verdadero mediador;
también ¡verdadero Dios!”
Hoy voy a entonar un canto
al Todopoderoso,
manifestado a nosotros
en el pueblo de Belén;
que junto a Jerusalén,
en el monte de la Calavera,
por mis pecados muriera
y, pagando tanto precio,
me comprara y poseyera.
¡Hoy soy tuyo, mi Señor!,
pero soy un pecador;
purifica y límpiame
como a plata, como a oro;
muéleme y vuélveme a hacer,
y enséñame a ser
¡lo que Tú quieres que sea!
Mi canto será hermoso,
porque de ti vendrá;
Tú mismo lo proveerás
y será como un tesoro,
que repartido a tus santos:
fructificará.
Te amo, Señor y quiero
que aceptes mi devoción,
expresada en mis versos...
¡Manifestada en canción!