La noche ha cubierto mis párpados cálidos con sábanas blancas, y con su poca luz de luna a tocado el mar que cae poco a poco sobre mi rostro de áspera arena. Sus brazos tocan mis dedos y se empapan de la sal de mi corazón agrietado, esmerila mi rostro y me siento como si estuviera en casa.
Veo la palma de su mano y leo nuestro futuro que trunca nuestros días grises, veo cada línea que nos dirige a nuestro destino que poco a poco se degrada en un sentido de prospera bonanza, que no me permite dejar terminar de llorar, pero, en ocasiones pienso que es por felicidad más que por tristeza. Mi cara roza con sus labios rojos, roza con esa dulzura con la que sólo él sabe herir, mi cara roza con su nariz fría, mientras me besa y mis ojos se cierran para poder ver más allá de la mentira y creer en una realidad de utopía.
Entrelazo mis manos en el brote de sus dedos sin importarme que todo termino al fin, que las llamas se apagan como la noche se acaba...