Raúl Daniel

Maestro de grado

 

Desataste la piolita

de una manera muy lenta,

en tu ritual lo que cuenta

es la forma en que palpita,

en tu pecho octogenario,

tu corazón al que, a diario,

le pesan más los recuerdos;

y, en tus movimientos lerdos,

acompasar tremolado,

la memoria le suscita.

 

Las hojas amarillentas

que relees transportado,

contienen notas y cuentas

de ex–alumnos de grados,

en que fuiste su maestro

en años que ya pasaron;

viejos tiempos que marcaron

tu persona para siempre;

y del fondo de tu estro,

cual un dejo adolescente,

aparecen unos versos,

y  se revive el momento

del verano de tu vida

en que coleccionabas esto:

 

Tu atadito de tesoros,

con notas sobresalientes...

dibujos garabateados

de los más pequeños...

ellos crecieron, se fueron,

pero tú sigues el dueño

de las clases detenidas

en aulas-espacios-tiempos,

sostenidas por tus manos,

en estos papeles viejos.

 

Te jubilaron... dijeron

que ese era tu premio

(tú te reíste por dentro),

te mandaron a tu casa,

visitaron al comienzo,

pero, después, poco a poco

fueron dejando de hacerlo.

 

Pero tú estás satisfecho,

bien sabes que tu patria amada

cosecha todo tu esfuerzo:

Abogados e ingenieros,

artistas y gobernantes,

profesores, también médicos...

y una camada muy grande

de bien enseñados obreros;

todos hijos que engendraste

con tu intelecto,

¡cada cincuenta minutos,

entre recreo y recreo!

 

Hoy, como todos los días,

practicas tu “religión”,

con siempre igual emoción

y en forma muy cuidadosa,

repasando, hoja a hoja,

el toco[1] de tus recuerdos;

no lloras, pero estás serio

ante el que es: ¡tu único premio!

 

 

[1] Cierta cantidad apreciable (Arg.)