Tenaz referente del crudo sarcasmo,
censor de la vieja Castilla, sin tino,
del lar del buen juicio marchóse montando
su dócil jamelgo de paso tranquilo.
Manchega llanura; gigantes furiosos
cual aspas rotaron sus brazos impíos,
Quijote de prisa tomó valeroso
el guante severo de tal desafío.
Por fin sus reproches calló el escudero
fiel Sancho, su amo de lanza provisto,
también de pulida rodela de acero,
a dar escarmiento, corrió sin aviso.
Peinó Rocinante su crin con el viento.
Alonso cautivo del propio delirio
cargó sobre otro temible Briareo
allí camuflado de blanco molino.
Echada la suerte leyó con sus huesos
de tan terca industria su fin consabido,
corcel y jinete que rápido fueron
lanzados con furia mordieron el piso.
Alonso Quijano, sagaz, se negaba
a ser despojado por tan despectivo
frestón a quien solo la pluma dorada
del magno Cervantes dejó sin hechizos.