Alaridos superlativos que
apuñalan el oído etéreo
de urano. Puños de
centímanos con testa sagital.
Proyectiles verbales
que se anastomosan
en un abrazo visceral.
Ellos verdes, rojos, preñados,
grandilocuentes. Rasgando el silencio.
Estocadas ciegas que apuntan
hacia ninguna diana, revueltas
en un caldo multicolor, que cambia
de piel con cada paso
del sol, con cada vuelta de tuerca,
en cada cíclo onírico.
Octavio Aldebarán Márquez.