En el silencio santo, de la profunda noche, te recuerdo.
Antes de entregarme al descanso restaurador, te encomiendo.
En mis pensamientos del día, te haces presente.
En las horas de quietud, te siento, puedo escucharte, olerte, tanto que mi piel se eriza, casi sintiendo tu caricia.
Tu estar en mí, el amarte profundamente, me preserva de la tentación de buscar otros puertos donde atracar, por muy atractivos que estos se presenten y sean.
Tú, mi puerto seguro,
tú, mi deseo ardoroso,
tú, mi esperanza cierta,
tú, mi presente y mi futuro,
tú, el agua fresca que calma mi sed ardiente,
tú, la mano que me sostiene, el hombro donde puedo recostarme,
tú, pañuelo perfumado que recibe pacientemente mis lágrimas,
tú, que a través de tu ser me haces feliz, pleno.
Te cuelas silenciosamente en mis sueños, haciéndome de nuevo tuyo, sin reservas, en una entrega total, tú en mí, yo en ti.
Me proteges alejando las pesadillas que pueden turbar mis fantasías, mi mundo onírico, ese lugar mágico en donde nos encontramos cada noche. Donde la cruel distancia, no me rasguña con sus afiladas y enconadas uñas. Donde nuestras notas se unen formando una sola y afinada melodía.
Sigamos tejiendo la trama, punto a punto, de ese paño precioso, que es nuestro amor.
Renuevo, con cada amanecer, ese mi deseo de respetarte, cuidarte, aceptarte, honrarte y amarte.