Hola, una vez más.
Te escribo nuevamente. Ahora hace frío, hace días que no duermo y pienso en ti. Pienso en ti, como siempre. Tu rostro es mi mirada interior.
Los días son fríos. Son inexpresivos. Como una máscara puesta sobre un muro. Como un muro levantado alrededor del mar. Estás presente en la finitud de mi alma y la persistencia infinita de todo lo que me rodea.
Los días son tan escasos. Que casi puedo numerarlos con la convicción de quien cuenta de un recuerdo que se hace presente, en la antesala del sueño. Vos, un número. Quién lo diría.
Ahora mismo, estoy temblando. Temo por estos días que parecen pintados con sangre de serpiente. Siempre mutando con la misma forma y escondiendo el mismo veneno.
Y te escribo, esperando que al hacerlo una parte de ti se exalte, sospeche de que alguien se precipita hacia tu lado, buscándolo, persistiendo en el rumor de los días que fueron. Y así, mientras te fumas un tabaco para acallar al corazón que sabe de quién es, aunque no sepa el nombre, me recuerdes a mí. Y entonces los días, estos fríos días, dejarán de ser un día en la hoja inexistente del mismo calendario.