Tierna luna de cajeta
roza el monte algodonoso
quien de dulzuras goloso
besa a la esfera coqueta.
En aquella noche inquieta
de horizonte azul marino
el mismo cielo convino
titilando sus bondades,
en dotar de inmensidades
a aquel contacto divino.
Sobre el manto azucarado
las sonrientes estrellitas
relamían las gotitas
de gusto acaramelado.
Por ternuras confitado
fluyó el ósculo amoroso
que con roce jubiloso
alegrías repartía
y a la luna derretía
sobre el monte esplendoroso.
Ya de mieles se vestía
el encantador follaje
aferrando a su ramaje
el mimo que recibía.
La compleja asimetría
perfilaba intenso abrazo
y extendía en el regazo
la finísima mantilla
que con gozo y maravilla
se escurría de entre el brazo.
Y yo desde la distancia
con embeleso veía
cómo aquel astro vertía
encantos con elegancia.
En mi alma toda sustancia
en belleza se gloriaba,
mientras el ojo manaba
bullente en consternación,
exhortando la emoción
que el sentimiento albergaba.
De repente aquel cobijo
infinito en bendiciones
colmaba mis percepciones
de profundo regocijo.
Y mi espíritu bendijo
toda aquella perfección,
en cuya revelación
extasiado e inocente,
palpitaba mí consciente
con total admiración.
Hay belleza que sorprende
que emociona y magnifica
belleza que ratifica
grandeza que no se entiende.
Cuando el paisaje desprende
mil ternuras en el cielo
el corazón alza en vuelo
gozando de interior calma
y alegre recibe el alma
luz de esplendor y consuelo.
En un lienzo sin igual
pinta sus obras natura
en el suelo o en la altura
se brinda en forma casual.
Con su talento plural
a ninguno discrimina,
en tanto que nos conmina
nuestro planeta cuidar.
Deber nuestro es resguardar
la obra maestra y divina.