¡Gracias Jesucristo, mi Señor,
por morir en la cruz por mis pecados!
Gracias, porque a pesar de mi maldad en el pasado,
en el más grande acto de amor que alguien hiciera,
despojándote de toda gloria,
te bajaste del cielo
para pelear con tu enemigo y salvar la tierra.
... Y a quien creyera (yo entre ellos).
¡Oh, como quisiera! de alguna manera
merecer tu amor... pero sólo hallo el favor
de tu misericordia.
Te confieso hoy que me arrepiento,
¡sí!, lamento mi vida equivocada,
y sé que absolutamente nada
me salvará, de lo que yo pudiera;
Tú ya hiciste todo lo preciso
cuando estuviste clavado en la madera.
Sólo necesito esa sangre que vertiste,
beber, ¡dámela a beber la vida entera!
Limpia mi corazón porque hay basura
que mis propios ojos no descubre,
pero desnuda mi alma ante tu lumbre,
en temor, aunque débil, emularte procura.
Ayúdame a serte obediente,
que tu ley no me sea dura,
convénceme y vénceme... y hazme entender,
para que llegue a tener en ella mi deleite.
Renuncio a los dioses que el dinero,
el poder y los placeres me prometen,
todo lo pongo a tus pies y se someten
a Ti mi voluntad y mis deseos.
Mis brazos, elevando, esperanzado,
mi agradecimiento te declaro,
por tu obra de amor ilimitado,
y bajo tus alas, desde hoy me amparo.
Por haber torcido mi destino
salvándome del fuego del infierno,
por haberme amado tanto... y demostrado,
y ebrio de tu Espíritu Santo (ya no de vino),
te proclamo mi Rey Eterno;
a Ti elevo mi alabanza y canto:
¡Para siempre, de Ti enamorado!