De seguro estaba llorando
cuando me pusieron en tus brazos.
No existían las palabras,
mi mirada no veía,
pero tu corazón latía
un dulce ritmo conocido,
el olor de tu piel era mi nido.
Y por primera vez
tus manos me tocaron
suaves, tibias fueron abrigo,
contra tu pecho me sujetaron,
un oasis en medio del caos,
instante perfecto de tu alma y la mía.
La semilla se desprende
de tu vientre maduro,
mi mano pequeña sujeta a tu dedo,
tu cuerpo de madre
mi lugar en el mundo.
por Victoria Montes
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