I
Es la juventud en flor
que se alberga en tu hermosura
diciendo “toda dulzura”,
susurrando sin temor
tu dulce nombre, mi amor.
Al mirarme, cautivaste
mis sentidos, tornaste
mi salvaje corazón
de una amarga sensación
a un gozo puro cambiaste.
II
Al Cielo mis ojos miran
rebosando gratitud
de no estar en ataúd;
mas por Gracia de Dios brillan
las palabras… por ti riman.
Un estuche primoroso
guarda y cuida bien celoso
el más precioso tesoro
de los Cielos, con decoro
alumbra maravilloso.
III
Amiga, tú, bella hermana,
estoy de ti enamorado;
y ante mi Señor Amado
confieso que de ti emana
tal belleza, nada vana.
Empero, impaciente espera
mi alma… sufre, desespera;
mas Su Espíritu que clama
calmando el alma que brama
se impone, y mi ser se esmera.
Autor: Daniel Mendoza