Yo no fui un buen amante ni tenía un libro dedicado en la mesilla de noche para hacerme el autista los minutos después, ni te quiero decir por qué aún me tiemblan las manos y recurro a los mismos subterfugios cuando alguien insiste en recordar los detalles de la primera vez. Pero tú no buscabas al amante perfecto ni al guaperas de turno, tú sabías muy bien que lo infalible siempre esconde una treta, que no es bueno encerrar a los locos en su celda ni esconder en el sótano los retratos que no siguen los cánones. Tú siempre me dijiste que el amor era un niño que jugaba a los padres en cuclillas y a las diez volvía a casa, que no importa el juguete, sino el niño y a veces ese niño, casi siempre, tiende a hacerse mayor y ya no sirve el muñeco.