Después viniste tú,
y me trajiste la alegría
que en el camino a la dicha
mi alma requería...
tú no eras tan hermosa
ni tan alta ni tan blanca,
pero sí muy cariñosa
(y en traicionar no pensabas).
Después viniste tú
(después de la tragedia),
de los días negros,
el dolor, la miseria...
tú trajiste contigo
tu sonrisa buena,
tus suaves caricias
y tu mirada tierna...
no tenías ese brillo
fulgurante en los ojos
que vuelve locos a los hombres,
pero tampoco
la idea del abandono
detrás de un velo rojo.
Después viniste tú,
cuando aún no era tarde,
pareciéndote un poco
a mi hermana y a mi madre,
y te quedaste a mi lado...
y te quedaste conmigo...
y me amaste sin reservas
¡y fui feliz contigo!