LIZ ABRIL

UNA CARTA PARA EL MÁS ALLÁ

He huído todo el día del almanaque para no ver la fecha. Casi termina el día, me digo con el triunfo en el pensamiento, porque no me atrevo a repetirlo ni en voz baja. No hace falta que te recuerde un día especial, porque en todos te recuerdo. Te comento cosas a veces, como si estuvieras y fueras a mirarme y a contestarme. Pero también recuerdo que para vos, eran muy importantes las tradiciones, los festejos, las fechas que habían marcado algún acontecimiento especial.
Me pregunto... ¿estarás bien? ¿habrás encontrado por fin el camino? 
Tu vida fue difícil y supongo que tu muerte fue un alivio. Para el dolor, para la decepción, para la frustración de comprender que se te hizo tarde para cumplir tus sueños.
Dos años... acá estoy, con una parte que me falta. Incompleta. Con un vacío que tiene tu nombre y que ningún otro nombre ocupa.
Desplegaste las alas, de golpe supongo que se te arreglaron (Dios hace esos milagros) Tantas veces intentaste volar y te cortaron el vuelo. A penas si despegabas los pies del piso y ya alguien se encargaba de bajarte. Fijabas tu mirada en el cielo y sonreías con esa mirada triste, porque no era tu boca la de la sonrisa, no, eran tus ojos.
¿Habrás estado asustada? me pregunto, mientras soy yo la que sonríe, ante el recuerdo de tu rostro, cuando una noche en el sanatorio, te dije que alguien acababa de morir. Era de noche y las luces estaban apagadas y nosotras sentadas en un escaloncito charlando en voz baja. Tus ojos parecían salirse de tu cara mirando hacia la habitación dónde supuestamente había fallecido un hombre (porque todo era una mentira mía sólo para asustarte). Vaya si dio resultado... tanto que no pude contener la risa y tuvimos que irnos a la calle, antes de que nos echaran. 
Te fuiste, cuando habías decidido luchar, cambiar tu vida, hacerme caso y no preocuparte tanto. ¡Qué irónico! ¡justo cuando realmente te tenías que preocupar!
De golpe se te hizo tarde para todo. El tiempo se agotó tan rápidamente que hoy parece que toda tu agonía fue un instante.
No podías casi hablar, te costaba tanto, no tenías fuerzas... pero dijiste todo lo que debías decir y te marchaste dejando a cada uno las palabras que te habrían resultado  tan pesadas para cargar. 
Entre nosotras no hizo falta, no había nada para decir, sabíamos todo una de la otra, sólo con la mirada nos entendíamos y nos despedimos diciendo simplemente que nos íbamos a volver a encontrar.

Hay regalos que nos da la vida o Dios, que son invaluables tesoros que vamos a tener para siempre.

Yo, nunca voy a estar sola. Se que estés dónde estés estarás pendiente de mi y de mis cosas, como siempre lo hiciste. De cada pensamiento, de cada recuerdo, de mis sueños, mis fracasos, mis aciertos.
Hay regalos que aunque no se vean, ocupan un lugar inmenso... un lugar en el alma. Y lo bueno de esos regalos es que uno se los puede llevar... sea a dónde sea que uno vaya.
Cuando nos conocimos las dos recibimos el mismo regalo: nuestra amistad.
Yo, la tengo aquí, conmigo.
Tú, te la llevaste y sé que la conservarás.
Te extraño amiga mía... sólo espero que te encuentres bien y que hayas encontrado algunas respuestas a todas esas preguntas que te hacías. Espero que estés feliz, todo lo feliz que no pudiste ser en esta vida.