Tengo un tiburón en mi cama
Decidido a ser mi almohada.
Aun no sé cómo se llama.
Me ha contado su aventura
De aquella extravagante vida
En el ancho mar de locura.
De cómo perdió el ojo un día,
En la batalla encarnizada,
Por comerse una sardina.
Los arrecifes son hermosos
-Me cuenta- ¡pero cuidado!
Suelen ser muy peligrosos.
Habla de muchos infortunios
Sucedidos a su parentela
Por el hombre y sus disturbios.
A veces- me dice- son desechos nucleares
Hiriendo nuestros hogares
O bien, sus deportes vulgares.
Ciertos días lo veo triste,
Con su fría mirada al vacío,
Mientras la nostalgia lo reviste.
¿Serán esas locas aguas saladas,
De aventura y desgracia
De luchas encarnizadas?
¿Qué respira por la agallas,
El recuerdo de su desdicha
O la ventura de las batallas?
No se… quizás quiera volver.