El día domingo fuimos
a pescar con mi papá,
tuvimos que levantarnos
muy temprano y viajar
para, luego de una hora
de caminar encontrarnos
con el río Paraná.
El lugar era precioso...
Un hermoso panorama
se habría ante nuestros ojos,
después de esquivar las ramas
bajas de un árbol frondoso
se nos apareció la playa.
El bosque, abrupto cortaba
su casi imperceptible senda
y al sol, la arena y el río,
espacio abundante daba.
Habíamos preparado todo
a mediados de semana,
y quiso venir mi primo,
por lo que el sábado estuvo
temprano a dormir en casa.
Mientras anzuelos y líneas,
tanzas y brazoladas
ordenábamos, el pecho
sentía que me explotaba...
¡era tan lindo pescar
y cuánto que lo deseábamos!
Enseguida que llegamos
(después de elegir plomadas),
papá ya tiró sus líneas,
tres, con cencerros y varas
que clavó en las orillas,
las puntas ató a unas piedras,
para luego, con paciencia,
ordenar el campamento
muy precario que llevamos
repartido en las mochilas.
Mi primo (que ya conoce),
buscó leña, hizo fuego;
yo procuraba mojarras
con una caña pequeña...
y en el anzuelo “mosquita”
pronto picó la primera,
¡qué emoción, casi me salta
para afuera, el corazón!
Allí aprovechó papá
y a quitarle me enseñó,
de su boca, el anzuelito;
pocos minutos después
sonó su alerta un cencerro
y mi padre, con certeros
movimientos y paciencia,
(aunque muy emocionado
y la ayuda de mi primo),
logró quitar el pescado
más grande que vi en mi vida,
¡un surubí de tres quilos!
La alegría continuó
el resto de la mañana,
yo saqué doce mojarras
y ellos tres más de los grandes,
(otro surubí más chico
un armado y un patí)
... y a uno lo comimos frito.
Aprendí a “destripar”,
tuve que hacer el trabajo
con seis de las mojarritas
¡que también comimos fritas!
Y no sé que más contar...
mi papá me permitió
que “chupara” unos mates
y en un momento me puso
su mano por mi cabeza,
y dijo (casi entre dientes):
-“Te me estás haciendo grande,
che ra’y1 ¿te gusta esto?...”
Yo le dije: -“¡Sí papá!”
y ¡le di un montón de besos!
1 Mi hijo (guaraní).