Mediaba el mes de mayo de aquel hermoso día.
Por la orilla del Duero ¡dichoso atardecer!
buscaba entre las frondas tupidas que allí había
algún de paz remanso para aplacar mi sed.
Vagaba ensimismado, pausado, lentamente,
ausente de la gente que pasaba a mi lado.
De pronto era el relente de un rayo iluminado
que en mi calva se echaba su siesta dulcemente.
A mi en una reunión me habían encomendado
convocar a escritores, los poetas que a Soria,
entre los conocidos, ilustres y afamados,
la hubieran engrandecido a través de la historia.
Yo era un representante de aquella cofradía
que tanto presumía de conocer el Duero
y mi fiel escudero, Machado era mi guía,
Gerardo era de nombre y su apellido era Diego.
Buscaba un escenario, de un lugar, un altar
donde poder celebrar aquel tan solemne acto
todos los trovadores del Duero iban a estar
y al tiempo recitar sus versos y sus relatos.
Y fue así que apareció Machado en su sendero
y el viejo profesor unos versos recitó
y entre tanta emoción, el se arriscoló el sombrero
y por el mismo camino desapareció.
Absorto ensimismado quedó Gerardo Diego
su romance del duero a recitar comenzó
y tanto fue el clamor y desmedido el revuelo
que diz \"de amor palabras\" y en eso se durmió.
Y así pasando fueron Cernuda y Unamuno,
y Lorca y Becquer allí y Guillén fueron pasando
Damaso Alonso y Aleixandre y todos uno a uno
sus lindos poemas poco a poco desgranando.
No sé si lo que escribo lo he visto o lo he soñado,
si vengo de otro lado, ni siquiera si voy,
mas sigo mi vereda del Duero enamorado,
que Soria es mi legado, medio soriano soy.
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