Eugenio Sánchez

SEQUÍA (Sabado de recuerdos)

 

Las nubes ya no lloran hace tiempo,

cesaron de reír los arroyuelos,

el buey ya no retoza de contento,

ni se oye el dulce canto del jilguero.

 

Esperando que vuelva el mes de enero,

que como salvador divino aparezca,

y que traiga consigo el aguacero

para bañar la tierra con agua fresca.

 

Mirando al infinito está el labriego,

sus pensamientos vagan en la nada;

sólo implora al señor que oiga su ruego

y derrama sus lágrimas del alma.

 

Ha llegado triunfante la siniestra,

trotando va por valles y laderas,

sobre su lomo trae un equipaje a cuestas

repleto de dolor, de hambre y de miseria.

 

Es la horrenda sequía que ha clavado

su mortal aguijón, su fiera espada

en el pecho del hombre que ha clamado

piedad para su vida atormentada.

 

Mas, la tierra que sangraa adolorida,

sedienta de aguacero empalidece,

ya no moja la piel con agua viva,

sólo el noble maguey por el amor florece.

 

Con un mudo lenguaje al Creador reclama

el molle moribundo que protesta,

desnúdase su  tallo y sus sangrantes ramas,

y arroja por doquier sus hojas secas.

 

La zorra mira triste a sus cachorros

que en la cueva esperan el sustento,

y en el silencio la voz del mal agüero zorro

escúchase un gemido, un lamento.

 

No hay heno en el henal y flaco está el granero,

y del longevo cactus las pencas han curvado,

marchita lleva el alma el buen labriego

y por el gran dolor el pecho lacerado.

 

Alimenta el recuerdo al campesino

el sabor del centeno está impregnado

en los labios hambrientos que han tejido

una ilusión, un sueño que ha guardado.

 

Va anunciando el Señor, postreros días

presagio que el dolor será más fuerte,

no trae fresco trigo esta sequía,

a sepultura huele, sabe a muerte.