Pediste, entonces, la soledad
para lucubrar.
Y vino hacia ti, otra vez, la cigarra.
Ahora más adriática y desafiante.
Fue en ese momento, cuando te enervaste
por tu deseo de pacifismo incomprendido.
Pero en la distancia has pensado
que otra cosa no hubiese podido ocurrir.
Así,
lograste maldecir y bendecir
sobre cosas pasadas.
Después de haber cancelado la factura
las ramas del erable
acariciaron tu frente
y despejaron la incógnita
del día y de los días...
Era Fatum el que te condujo
para que entregaras el pedazo de fuego,
Prometeo cualquiera.
La chicharra, ahora más jónica que nunca, lo dijo:
¿No sabías de ti?
Querías robarle al Lacio...
Omnium consumatum est.
Roma, 10 de septiembre de 1996.