Sentada en un rincón, la vieja escuchaba con ojos entornados la electrizante música que invitaba a la danza; pasé a su lado, y sentí su garra asiéndose de mi brazo, y lanzando un espeluznante aullido se abalanzó sobre mí, ordenándome que la llevara al centro de la sala, donde las vampiras caían en éxtasis en el momento paroxístico del aquelarre. Todos observaban nuestros movimientos, y poco a poco fueron estrechando un círculo a nuestro alrededor; sentí asfixia y asco ante aquellas fauces babeantes resoplando cerca de mi cara. La angustia de morir embargo mi ser; los recuerdos de mi azarosa vida pasaron por mi mente a velocidad vertiginosa, y caí en un oscuro y profundo abismo.
Desperté sobresaltado cuando estruendosamente caí de mi cama; noté que me había dormido con la ropa puesta, y que tenía el cinturón demasiado ajustado al cuerpo; sonreí al recordar, que aún guardaba en el refrigerador las escuálidas partes del cuerpo de aquella repulsiva anciana, y que tan solo me faltaba una página, para terminar de leer, el absorbente libro de Stoker.
José Antonio Hernández R.