Amanecía en Salmerón, ¿no lo conocen?
En España está, allí en Guadalajara,
en la Alcarria, dónde las abejas se arrebocen
-un pueblito de camino entre Milana y Sacedón-
otrora lugar de relumbrón
que ahora muere ya de inanición
y pareciera que la vida allí se para.
Desde la terraza
-era de septiembre una mañana, un día-
en el que yo me alojaba en la Gavira
-una casa rural a la que el pasado admira-
diviso la plaza,
alrededor de la cual gira una noria
que como en un círculo concéntrico le amordaza,
de esperanza baldía.
Y en ese alrededor
como en una policromía
plagada de color
-de verdes, de dorados y marrones-
desnudos y pelados serrijones,
jarales y malezas
y zarzas montaraces y cambrones
y algunos montículos. Y en una ladera su riqueza:
verdes pradillos, pardas sementeras,
amenizadas por jilgueros y gorriones.
A un lado, en lo alto, vigilando el presbiterio
se encuentra el cementerio
aupado en la colina -los cipreses
vigilando las mieses-
cual si quisiera recordar ese misterio
que es la venganza divina.
tan alejado de la gente joven y tan serio.
Hoy en la aldea acurrucada veo,
calles vacías,
echadas en las manos de Morfeo,
dos viejos que caminan con cachavas
ensimismados en sus melancolías,
gentes ahora sumisas, antes bravas.
El futuro ya se despidió por estos lares.
Duermen los aldabones en las puertas frias
descansando cual reliquia en los altares.
La vida ya pasó, ahora la geriatría
ha llegado hasta aquí muy a sus pesares.