Por los ojos escribo en la ciudad de los labios,
cuando se evocan los placeres,
y tu beso
como magnífico instante.
En la ciudad de los labios
yo amé tus brazos heridos,
y sólo, por tu estancia entre las flores que derrochaban melancolías,
quedaba rezagado el murmullo del hambriento.
Yo tenía necesidad de tanto.
Por eso compré para tí
las cuatro lágrimas que derramé en la siesta,
un mantel de nácar con un árbol plantado por los duendes
cuyas raíces ocupaban el mundo.
(Yo tenía necesidad tanto.)
Y compré una casa a orillas de mi corazón invisible,
que no fue habitada
sino por la desesperación de nuestro fuego.
De momento comemos del plato de nuestra hambre,
y la caricia que fue cúspide
ahora es la opaca sensación
de nuestro cansado amor.
G.C.
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