Mientras afuera
el sol sale y se oculta,
y tras del sol, la luna
juega con las nubes,
y los jardines florecen,
y los niños ríen.
Mientras que el calor del día,
obliga a los transeúntes
a buscar la sombra de los árboles,
y el viento gira y envuelve
en pequeños torbellinos
y silbos a la gente y todo
lo que hay en el paisaje.
Al tiempo que la prisa
de los que van a alguna parte
les hace cruzar de un lado
a otro las esquinas y las calles.
En fin, mientras la vida
transcurre su cotidiana marcha.
Tú, estás aquí, yaces inerme,
sujeta a la materia suspendida
por los hilos de La Ciencia.
La boca entreabierta
con un tubo que alcanza
la profundidad de la tráquea,
las venas, invadidas por finos
catéteres que penetran
desde la piel al corazón,
transida la vejiga y el esófago
invadido por una sonda más.
La vida conectada
a un dispositivo mecánico
que respira por ti. Y el pecho
ceñido por cables y electrodos,
que marcan los latidos
y el pulso en su monótono registro.
Si para ti, el tiempo se detuvo,
sobre un papel escrito
con el pulso firme de tu mano suicida.
Donde registras tu escueto
y lacónico póstumo mensaje.
Dios me perdone, pero no
dejas de ser una homicida,
que se tomó por suyo el Derecho
de tomar una vida que no era tuya.
Está tu cuerpo liado
por los artilugios de La Ciencia.
Presente, está tu cuerpo. Mas tu alma,
a dónde flota suspendida mientras
el tedio de los días se sucede
en interminables horas de agonía.