En la batalla del campo
se cae el sol a pedazos,
los guerreros, implacables,
mascan chiclets o tabaco.
Las armas se cruzan, fuertes
golpes de puños y tajos...
y hay rosas rojas doquier
que algún estúpido trajo.
El capitán rojinegro
dio la orden y se hace:
Tratar de tomar el vado
para llegar a la base.
Los guerreros, agotados,
consultan a cada rato
con el reloj de la torre
que se ve de un campanario.
-“¡Esta Coca no está fría!”
discute un mercenario,
mientras saltan de su boca
varios trocitos del “pancho”.
El bus que hasta allí los trajo
ronronea su letargo,
su conductor, impaciente,
bocina de tanto en tanto.
¡Suena de pronto el silbato!,
el sol ya no está caliente,
-“Esto me tiene podrido”,
dicen varios entre dientes.
Entran entonces los réferes
para contar los cadáveres,
-“Diez a dos”, dice el de línea,
el otro: -“Aquí no hay nada...”
y los azules gritaron:
-“¡Les ganamos por goleada!”
El sol se siguió muriendo,
fabricando sombras largas,
y todos fueron saliendo,
cada uno hacia su casa...