María

De Rodillas

Era  un jardín con azucenas, lirios y yerberas sobre un césped prolijo y cuidado con ardimiento, con desvelo. Pero no pudo dar más vida que la de mimar flores.

 

Sola y marchita. El tiempo le fue robando secretos. El destino le amputó ansias. Rendida huyó del mundo y eligió un solo interlocutor. Cada mañana y cada noche reza en el altar armado en su rincón que hoy sólo es tierra, tierra y pasto.

 

Pasaron los años, y su oración aún concluye en suspiro y llanto.