La piedad guía del olvido, verdugo infranqueable del que dirán,
Lanza esquirlas putrefactas al corazón de los recuerdos,
Diezmando el infortunio de los ecos de la razón,
El sueño pacifico de los vencidos,
Vacila en la cruzada ética de los peones del destino,
Que, desgarrándose en un lamento cubierto por la incertidumbre
Veneran un destello abrupto sobre sus tumbas de sal,
Cesa el sangriento olor a misericordia,
Que entumece el ácido despertar de la nada,
Que cubierta por un cobijo tímido de culpa,
resoplan los frágiles cantos de una agonía elocuente
Perseguido por el menguante deseo de pertenencia
Un desierto de siluetas recobra las memorias trastornadas de un puñado de mendigos, que,
Cual figurines, retozan en un acto fingido de compresión,
Flagelos extenuantes de un lucha sin razón de hunden en mí,
Formando grietas amargas de depresión,
El suspenso de una nueva sensación se rehúsa a compartir una libido minimizado,
Salpicado por una oración intoxicada por una comprensión asfixiante,
va blandiendo su mirada al asecho de un alma extraviada