Eres de nuevo pequeña,
doloroso desconcierto
expresas en tu mirada,
en su reflejo me encuentro.
Con la voz entrecortada
me dijiste y aún tiemblo,
muchas veces conversaban
compartiendo sus momentos,
con franca algarabía
de adolescentes sinceros.
Te contaron, que en la tarde,
ayer, luego del colegio. . .
¡El río no fue piadoso!
¡Ni siquiera intentó serlo!
Tan solo el mudo testigo
del hada que viste negro,
quien como dueña de hazaña
a tu joven compañero,
lo llevó bajo las aguas
con extraño sortilegio,
y arrebató de las manos
sus ondulados cabellos,
dejando al hermano herido
hasta siempre sin consuelo.
¡Ay!. . .Si pudiera apartarte
tan oscuros sentimientos.
Si de un soplo reviviera
su sonrisa en los recreos. . .
Le pido a Dios perdone
mis osados pensamientos. . .
Solo me atrevo a decirte
muy bajo como en silencio:
Ya no llores hija mía,
porque desde hoy un ángel nuevo,
incorporado está en la fila
que custodia el firmamento.
Autor: Graciela Beatriz Traverso