Alguna vez tuve una madre y un nombre
alguna vez labré los campos y palpé la vida:
amaneceres en las chacras canto de aves.
Soñé en mundos mejores, donde la tierra
nos pertenezca como nos pertenece la madre.
Crecí y quise llevar el mensaje de la naturaleza
de los días amarillos y la tierra verde.
Creí en el hombre y su destino
su canto de brizna, su carne urgente
su altura de dignidad con espíritu libre.
Su derecho a la ciencia y a creer en este mundo.
Sólo creía en el hombre y sus amores
y quise enseñar que todo es posible
que no importa la muerte mientras se tenga la vida
mas ahora no sé dónde estoy, no me miran
nos llaman desaparecidos, otros dicen que hemos muerto
pero eso ya no importa, ya no duelen las heridas.
Nuestra sangre no será vana, es semilla que brota
desde los calabozos de la incertidumbre
desde las cabezas desmembrada y la piel quemada
desde el cuchillo y las balas, los letargos agonizantes
desde las tumbas que nuestros amados no encuentran
desde la mente presa, desde la incredulidad absorta.
Pero mi muerte no será en vano
Ya miro las manos crispadas y alzadas
vislumbro amaneceres de ceniza y luz al mismo tiempo
niños jugando a ser maestros que derrotan la tristeza
vientres llenos de alimento y cerebros libres
hombres y mujeres pariendo justicia con su sangre.
Sólo así podré irme, aparecer, más allá del viento
de las lágrimas de las madres que envejecen
Mi sangre será rocío, ave, canto.
Ya no habrá misterio, ni tiempos, al fin he llegado.