EL CORTEJO DE MISIÁ DOLORES!
Cerraron aquellos ojos grandes, que aún permanecían abiertos
Maquillaron su cara, con polvos rosados, disfrazando su palidez
Taparon su cuerpo, con lienzo blanco, encubierto y yerto
Desfilando unos, sollozando otros, en silencio, con algo de timidez
De aquella pieza 811, quedó encendida una vela, con llama de flacidez
Una luz tenue, se colaba por la rendija de aquel lintel
Se veía la sombra, en penumbras de Misiá Dolores, solo en tartamudez
Incierto quedó su cuerpo, su alma volaba, pidiendo a gritos, esto es muy cruel!
Caía la tarde, la brisa golpeaba fuerte la ventana sin cuartel
A lo lejos, relámpagos presagiaban, aguacero de barco sin timonel
La luz de los rayos, en tinieblas, quedó aquel aposento frío como la hiel
Un humo blanco, apareció de repente, cruzando la puerta, qué miedo! En redondel.
Su cuerpo quedó incrustado, en cajón mortuorio y apretujado
Solo se veía su cara, adormilada, sin resuello, algo amoratada
Pasada la medianoche, solitaria en penumbras, lúgubre visitada
Como quedan de solitarios los muertos, clamando silencio, en vida anunciada
La sacaron en hombros, de aquel recinto de los mercaderes de la muerte
La llevaron al templo y cerca del altar, dejaron su féretro
La rodearon de velas y pabilos amarillos, de paños negros de la buena suerte
El toque postrero de campanas, los rezos a las ánimas, por su descanso eterno
Cabizbajos, musitando las últimas avemarías, salpicados de agua bendita
Del llanto lastimero, abrazos y gritos, todo parecía oscuro y desierto
El campo santo, espera el cofre, rodeado de rosas y flores de margarita
En un panteón sin nombre, en bóveda fría y lóbrega, quedó plasmado su cuerpo
De lo alto de aquella capilla, retumbaron las campanas de desconsuelo
Amigos y deudos de Doña Misiá, desfilando se fueron despidiendo
El luto en sus ropas de olor a incienso, callaron su duelo
Sepulturero malacara, se perdió a lo lejos, dejando a todos en lágrimas, sufriendo
La noche se tornaba lóbrega y las sombras se perdieron a lo lejos
El crujir del viento azotaba y el frío helaba los huesos
Una niebla densa se alzaba lenta y pausada, dejando a los espíritus perplejos
Cuerpo en materia, podredumbre de cienos inconfesos
Da tristeza dejar tirados por allí los familiares difuntos
Y saber que muy pronto se acabará el duelo, del olvido, algún día seguiremos muertos
“Joreman” Jorge Enrique Mantilla
Bucaramanga oct 26-2014