Escapaba del bullicio, de los jóvenes en los bares celebrando el fin de la jornada laboral. Escapando del sol poniente, ese que le dolía porque le dolía pensar en su otoño. Escapando de la brisa, que le hacía percibir las arrugas de su rostro. Escapando de la música y del jolgorio callejero entró al primer restó que le pareció “sobrio y medido”.
Mientras aguardaba su entrecote desplegó su cuaderno y comenzó a esbozar sus más íntimos sentimientos. Que la amaba, pero que los separaban ríos de años, aires de deseos, caminos trazados en acero. Luego de almorzar fue a casa. Allí escribiría la esquela en un sobrio y bonito papel. Antes de hacerlo, poco amigo de la tecnología, recordó que sus hijos, a diario, le enviaban un correo…
Al abrir su casilla se heló su sangre. Ella se adelantaba en la despedida comentándole que le dolían sus planteos aludiendo fronteras. Perplejo, se recostó. Se sorprendió al saber que aún le quedaban lágrimas. Vencido por el máximo dolor durmió su noche más larga.