Hoy la tristeza me invade.
Les pediría que me la perdonen,
como ya lo han hecho antes.
Pero, ¿qué sentido tiene?
De cualquier manera
esta vez no puedo justificarla.
A ella, a esa tristeza, irracional,
tan descarada, tan insolente,
que acurruca su seno frente a mí,
que me invade la sangre,
que revienta mis ojos,
que frota sus lágrimas en mi cara.
¡Qué sentimiento inconfundible!
Porque puede mezclarse la felicidad
con un empacho, o con la vida.
Pero, ¡ay!... La tristeza...
Cuando la creemos más lejama,
es justamente cuando está más cerca.
Dicen que la tristeza es una ilusión,
mas una que dura toda la vida.
Ya está: mejor he de callarme:
no querría que se contagien.
Además,
cómo describirla, a ella,
a la maldita,
si no es
con mi silencio...