Pregúntome Dios desde el firmamento:
-Hijo, ¿por qué amas a esa mujer?
Yo respondí con el júbilo de mi razón:
-Señor, porque es la mitad de mi ser.
Porque mis retinas, sumidas, se derriten
al potente calor que desprende su silueta,
y es oro fundido del sol que nos baña
los cabellos que su horquilla sujetan.
Porque mi corazón se para, Señor,
al sentir en mi boca sus besos;
son como agua que brota,
calando mi piel hasta los huesos.
Porque mi alma maldice al silencio
cuando su voz contradice al sonido,
y no hay palabras que se me alíen
para adentrarla en mis oídos.
Porque mis manos tiemblan en la noche,
al roce de su cuerpo con mi cuerpo,
y es agonía lo que sienten mis carnes
al separarlo de nuevo...