Subieron el equipaje
en el bus interurbano,
estaban muy apurados
por comenzar este viaje.
La noche ya se venía
con todo lo que ella trae
(sobre todo golosinas,
que siempre llevan las madres).
Cuando quitaron el freno
y roncó fuerte el motor
se pusieron muy contentos,
dijeron: -“¡Gracias a Dios!”
Nadie quería discutirlo,
pero era lo mejor,
ponerle mucha distancia
a ese horrible cobrador.
La luna en la ventanilla
poquito a poco subía,
y como siempre, al principio
estaba bien amarilla.
Raquel quería dormir
para hacer más corto el viaje,
José se quedó parado
para no arrugarse el traje.
Por supuesto los pequeños
daban trabajo ¡qué pucha!
y aunque mamá ponía empeño,
siempre perdía en la lucha.
Don Juan se puso muy serio
e impuso guardar silencio
(callados hasta parecen
sabios los que son necios).
Rodando seguía el bus,
la luna ya estaba blanca,
no lo querían decir,
pero tenían esperanza...