El bus iba resoplando
sus ansias de kilometraje,
ocho horas ya llevaba
(por la mitad de su viaje).
En seguida de una curva
a unas quinientas zancadas,
el tronco de un grueso árbol
la ruta atravesaba...
(no hubo tiempo de pensar,
solo de hacer la frenada).
Cuando la puerta se abrió
y se bajó el conductor
(de orinar tenía ganas),
de varias partes salieron
hombres con caras tapadas,
montando motocicletas,
dando miedo y estupor...
-“¡Vamos a ser violadas!”
gritaba una monjita,
y se notaba en su cara
la alegría, ¡pobrecita!
-“¡Entreguen todas sus joyas,
el dinero y los relojes...!”
Al registrar las valijas
encontraron contrabando
de bebidas y bombones
La azafata preparó
sándwiches y bocaditos,
y cuando el rock se escuchó
algunos lanzaron gritos.
Al costado de la ruta
iban aparcando los autos,
José cobraba la entrada,
todos seguían bailando.
La monjita improvisó
en un pequeño escenario,
un acto bastante cómico
y con muy poco vestuario.
Raquel no se despegaba
del que parecía el jefe
(sus largos rizos dorados
la tenían deslumbrada).
Cuando llegó el patrullero
hubo una gran risotada,
los que enseguida se unieron
a esta enorme jarana.
Cuando se hicieron las siete,
meta empuje y carcajada,
en menos de un periquete:
¡La ruta está despejada!
¡Tantos motores rugiendo
a la vez, qué sinfonía!
y aunque era una despedida
¡todo el mundo se reía!
Se cambiaron direcciones,
teléfonos y souvenires,
se dieron bastantes besos
y abrazos varoniles.
Cuando ya se iban de marcha
Don Juan miró para atrás
lo que parecía una foto:
Entre los rizos dorados
que su cara acariciaban,
su Raquelita mimada,
bien montada, en la moto...