Noche
en que maullaron los célebres gatos de la victoria,
noche enjaulada por el único poder de mi mano,
noche en que el espacio terrestre se estira
y se acomoda a la noche misma,
noche en que la quietud de los árboles
perecía al borde del abismo,
y el abismo todo era la noche;
noche en que las cavernas más oscuras,
temerosas, se volvieron blancas;
noche en que saludé tu cabeza por vez postrera
y tu cabeza no se volvió a rescatar los sentires
caídos al fondo ciego de la noche;
noche en que los pobres violaban sus cuerpos con cerrojos
para no morir de hambre;
sucia noche estrellada.
Desde mi noche provoco los ecos, te convoco:
y entonces, parado en mitad de un estupor,
soy un gato filosofante,
de esos agudos, sentimentales, pero sabios gatos silvestres,
que al pie de siniestros basurales
buscan amores, noches y comida.
Soy el único maullido de un magnífico gato insolente,
su espasmo de supremo goce,
su celeste ojo nocturno,
su vientre inmolado a la oscura Noche Bestial,
entre noches eternas de basura.
G.C.
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