Ya no habrá más poemas que hablen de vos. Ni ausencias que vistan del color del otoño de tus árboles. Ni inviernos tan fríos como los que te obligan a usar dos pantalones, dos camisetas y tres pares de medias. Y el sol, el sol será un río de aguardiente que me tome en cualquier lugar, mientras finjo que te recuerdo. Porque no te recordaré más, sino al conjunto de cosas que creímos que nos unían, pero solo fueron más regazos de distancia.
Ya no habrá nada después de nuestro final. Nada de vos, como siempre fue. Apagaré mi vida, la vida que inventé para estar contigo, porque siempre fui esto: alguien que sueña en imposibilidades, que las vive pero rara vez, deja de lado todo para poder cumplirlas.
Daré el primer paso y el primer paso consiste en hacer lo que digo en las amenazas de huídas. En dejar de hablar con el rencor de siempre y de cumplirlo, haciendo uso del peso metafísico que se quedó en mi alma, por cada una de tus fallas. Quiero huir de vos, esta vez quiero hacerlo sin dejar rastro de sangre en mis palabras, quiero huir de vos sin prolongar el sufrimiento en promesas estériles. Me verás partir, esa es mi promesa, mi promesa de lealtad hacia vos, me verás partir sin antes haber escuchado que tal vez, solo tal vez, me he ido ya tantas veces, que ahora mismo no puedo reconocerte.
Y me apena reconocer que esta vez te escribo, escribo de esta decisión como quien escribe su novela inédita de amor y no como el poeta que escribe de su tristeza en metáforas que pretenden emular al mundo y a todos sus rastros de ecos en el silencio.
Pero escucháme bien amor, escucha mi primer grito de despedida:
No existe lejanía tan grande, como aquellos que aún amándose, están aprendiendo a decir adiós.