Raquel nunca viajó tanto,
y mucho menos en moto,
por lo que tenía cuadrado
y entumecido su “poto”.
¡Bolivia!, ¡Perú!, ¡Colombia!...
parando de cuando en cuando
para mezclar el placer
de viajar con los encantos
de un hombre y una mujer...
“Sexo, Drogas, Rock’n’Roll”
era el lema de la barra,
que no paraba la farra
(sólo a veces por comer,
y también en tibias noches
alguna dulce guitarra...)
Entre Santa Fe y Cartagena
hay unos valles preciosos,
y en un campamento de esos
fue donde nació la nena.
Pesaba más de tres kilos,
era blanquita y muy buena,
con rulitos como el padre,
que le quedaban hermosos.
Raquel no se acostumbraba
ni sabía bien qué hacía,
aunque por nombre le puso
(a su hija): Luz María...
El sol siempre se dormía
entre violetas y rojos...
y lágrimas a sus ojos
casi siempre le salían...
Pero también sucedía
que entre el ruido de motores,
gritos (y las bellas flores)
¡cada día es otro día!
Su hombre aún la atraía,
aunque era algo rudo
(y sobre todo en las noches,
por su amor se estremecía).
Así que anduvo y anduvo
con su hija, cual gitana,
cruzando muchas fronteras,
llegando hasta Guatemala...